El delirio de Antonieta.
Si la vida fuera cuestión de fresas con crema, vestidos de repollo o peinados elevados de esos que fracasan al intentar hurgar las nubes, creo que Antonieta dejaría de ser mi seudónimo en esta historia.
Una bandeja de fresas, trescientas manotadas de violetas, no sé que tantos remolinos/tsunamis y uno que otro ventarrón descose tripas, eran el pronóstico del día. Todo ello sin contar las enredaderas al hablar y los gestos indescifrables que Luis no se ofrecía decodificar. Estaban los dos frente a una mesa toda repleta de dulce y aún así ningún trozo de azúcar lograba traspasarlos, ni se animaba rozar la frontera de sus papilas gustativas; eran ellos más agrios que el limón untados de tanta crema. Cortada. Mirándose como dos enemigos unidos por sangre hirviendo, lamentando la desdicha de un amor pronosticado para siempre.
Se dice que el amor dura 2 años, pero si dos personas están predestinadas a estar atadas el uno al otro, abra algún método con el que se pueda erizar al menos un cabello? o un menjurge extraño de esos de indio amazónico que tenga infulas de creador e invente el amor ? No lo sé, pero estoy segura de que es tan obstinado que se mofa de mis preguntas ingenuas, suelta una carcajada violenta y se dispone a preparar la mejor de las paradojas.
Pero sigamos en la historia. Maria Antonieta y Luis, rodeados de un jardín de ensueño a dos centímetros de sábana, con el corazón hecho un abismo, con la piel de caucho, y con los ojos pegados con grapas. Él titubea jugando a las escondidas bajo las cobijas y ahora ella no se inmuta a buscar... Sin ánimo de sonar demasiado romántica cabe entre las posibilidades que mientras ella lo corretea con el tenedor en la mesa como quién no quiere la cosa, él la desenvuelve de la sábana de 10 metros soñando con deshilachar cara poro de su cuerpo. ¡Qué desdicha! si tan sólo a alguno de los dos se le pasara por la cabeza dar el primer paso, al menos dejarían que el frío no hiciera sus noches y que en la mesa el picante les derritiera la lengua.
Una bandeja de fresas, trescientas manotadas de violetas, no sé que tantos remolinos/tsunamis y uno que otro ventarrón descose tripas, eran el pronóstico del día. Todo ello sin contar las enredaderas al hablar y los gestos indescifrables que Luis no se ofrecía decodificar. Estaban los dos frente a una mesa toda repleta de dulce y aún así ningún trozo de azúcar lograba traspasarlos, ni se animaba rozar la frontera de sus papilas gustativas; eran ellos más agrios que el limón untados de tanta crema. Cortada. Mirándose como dos enemigos unidos por sangre hirviendo, lamentando la desdicha de un amor pronosticado para siempre.
Se dice que el amor dura 2 años, pero si dos personas están predestinadas a estar atadas el uno al otro, abra algún método con el que se pueda erizar al menos un cabello? o un menjurge extraño de esos de indio amazónico que tenga infulas de creador e invente el amor ? No lo sé, pero estoy segura de que es tan obstinado que se mofa de mis preguntas ingenuas, suelta una carcajada violenta y se dispone a preparar la mejor de las paradojas.
Pero sigamos en la historia. Maria Antonieta y Luis, rodeados de un jardín de ensueño a dos centímetros de sábana, con el corazón hecho un abismo, con la piel de caucho, y con los ojos pegados con grapas. Él titubea jugando a las escondidas bajo las cobijas y ahora ella no se inmuta a buscar... Sin ánimo de sonar demasiado romántica cabe entre las posibilidades que mientras ella lo corretea con el tenedor en la mesa como quién no quiere la cosa, él la desenvuelve de la sábana de 10 metros soñando con deshilachar cara poro de su cuerpo. ¡Qué desdicha! si tan sólo a alguno de los dos se le pasara por la cabeza dar el primer paso, al menos dejarían que el frío no hiciera sus noches y que en la mesa el picante les derritiera la lengua.
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