Como grillos en la barriga.


Tenía una lengua con delirios de estrella, Juana Grillé no podía dejar de vociferar incoherencias. ¿Era una maña o un mecanismo de defensa?


Nunca me han gustado los domingos.
Para muchos son los días de la eterna primavera en los que el sol sale, las cometas rascan las nubes, y las telas de cuadros tapizan los parques; son esos días de jugos gástricos asesinos de estomago y esa espiritualidad extraña. Días en los que siento como si una fuerza interplanetaria me aplastara de manera invisible y silenciosa las ganas, como si ese impulso que suele materializar el ánimo quedara reducido a la naturaleza efímera de un suspiro y a un simple auto-canibalismo anunciado. Juana Grillé nació un domingo, y muchos la tildaban en el colegio de fenómeno.

Desde que asomó su cabeza entre las piernas de María Bulla se supo que no era un prototipo de bebé normal, de esas que asoman campanilla en vez de balbucear “papá” torpemente. Era silenciosa, pensativa, imperturbable, una bebé modelo para un sueño conciliado esperando ser retrasado; de esas personas que existen para adentro pero que tienen la vida de piel para afuera y un cabello naranja como de 5:45 de la tarde.
Pasaron los años y al parecer todo pintaba bien en el asunto del estiramiento de huesos, todo menos la calma -esa que se presumía desde el momento que abrió esos enormes ojos amarillos- y ese afán que la correteaba en las noches por querer devorar el mundo. Era una niña de esas que de tanta tranquilidad prematura, una noche con tan sólo seis años se hizo de la vida una algarabía.

De esa noche no se sabe mucho, lo único de lo que se tiene conocimiento es que días anteriores al caer el sol, llegaba con los cachetes hechos una laguna delatando con pánico absoluto a esos monstruos de infancia que le ronroneaban debajo de la cama.
Todos cuando somos pequeños sufrimos de ese síndrome de padres incrédulos y al parecer ella no iba a ser la excepción, lo supo desde que su madre la hizo tragarse 10 años enteros y asumir con resignación una valentía inmediata.

-¡No es hora de monstruos! mamá tiene un día atareado mañana y necesita desinflamarse la cabeza durmiendo, déjala y concilia con esos monstruos que bien nos enseño la abuela que en asuntos de enemigos lo único que queda es congeniar y hacerse la vida más amena aunque suene contraproducente. Ve a contar ovejas hasta que veas elefantes volando, y esas cosas que sólo se ven en sueños.

Sin más que decir fue a la cocina cogió un tenedor (el arma más letal a la hora de volver añicos a un pobre pollo sudado o cualquier pedazo de materia blandita) y finalmente se dirigió a su cuarto, con el corazón como alma que lleva el diablo, caminando de puntitas para evitar ruido alguno. Se metió bajo las cobijas tiritando de miedo hasta que el nosequé que habitaba bajo la cama empezó su recital nocturno, no sé de dónde sacó el impulso pero en cuestión de segundos Juana saco el tenedor y se lo tragó entero. ¡Se tragó a un monstruo!, no suena lógico es como decir que una mañana sale en el titular de un periódico que una niña de 7 años se prepara al tan temido “Coco” a la plancha con ensalada; algo como eso hizo Juana sin imaginarse que sería una de las decisiones más trascendentales en su diminuta existencia.
Ese monstruo fue un somnífero instantáneo que la derrumbó en un santiamén, acompañado de un par de mareos y un ardor en la barriga de muerte súbita.

Los días posteriores al suceso se resumieron a algarabía absoluta, y si alguna vez se tuvo registro de tranquilidad ahora Juana no dejaba de hablar, era como si el dejar de hacerlo la sentenciara a un castigo monumental. No era precisamente un castigo, pero no es de humanos tener un grillo en la barriga (tal vez mariposas, de esas que tanto hablan los enamorados), y eso lo entendió días después de haberse comido al abominable mounstruo bajo la cama que resulto no ser más que un pequeño grillo que monopolizo su estómago y decidió cantarle a diario.
Cantaba tanto que el sólo hecho de guardar silencio resulto vergonzoso para Juana, no bastaba tener la fama de fenómeno en la escuela por tener el pelo naranja, los ojos amarillos, y una cabeza de mini serie, tenía que tener un grillo que aprovechara cualquier descuido para que la convirtiera en la burla de la clase.

Al parecer era algo con lo que tenía que vivir toda su vida. Pasaron los años, la pubertad le agrando las medidas, las ganas, el cerebro, el corazón y el grillo resulto ser inmortal. Se acostumbro a él y decidió hacerlo su único amigo; No había mucha interacción pero se sabía que ella lo tenía a él literalmente y en los últimos días había cogido más fuerza que nunca. Cómo no iba a coger fuerza, si  se alimentaba de mariposas y Juan pimentón no dejaba de cruzarse en el camino de Juana.

-Él jamás le pondrá los ojos encima a un fenómeno, de hecho, no le pone los ojos encima a ninguna partícula en movimiento, camina como un ente viviendo en otra realidad paralela. No me verá, así esté con toda mi algarabía pisándole los talones.

Un día la vio, se sentó a su lado le sonrió, y desde ese día lo único que se escucha en las tardes de sol, de frio, y de pies descalzos en la cama, es un grillo y  uno que otro suspiro fugitivo.

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