La madriguera de conejo.
Nunca pensé tener tanta basura por dentro.
Y es que cuando uno sale sin decir a dónde, la condenada busca la manera de salir corriendo, le crecen patas y sale disparatada aniquilando cualquier especie de soliloquio ("nómada, loco, noctámbulo y soñador") vagabundo, de esos que le juegan malas pasadas a los pulmones.
Qué fuerte... Hice las maletas y me fui de mí buscando paraísos mentales. Me escabullí por huecos temporales mendigando un abrazo y una mitad de galleta con crema, un conejo fugitivo y un par de absurdos que hacen correr los labios.
Después de todo soy una mujer suertuda, me resbalé por un hueco superficialmente "pandito" y caí de bruces a la nada, a letras de suicidas, y a un montón de plumas. Sí, estoy rodeada de plumas pero el asunto de volar se lo dejo a los pájaros, a los aviones de papel y a los soñadores que tienen el cerebro hecho a base de almohada.
P-L-U-M-A-S
En el hueco hay una fauna rara que acecha a los corazones y los pone a tiritar.
Rugen, y despellejan el aire. El aire a pedazos no sirve.
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Quiero un conejo que se llame tic.tac que me hable de por qué las lombrices no saben a goma, por qué la tierra no sabe a oreo y por qué es tan mágico jugar dominó debajo de la cama, pero sobre todas las cosas y caprichos, que me enseñe a ser de algodón de nuevo.
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