Bi.color.

Se dice que las mañanas de septiembre se hacen más cálidas para las pupilas que tienen por naturaleza, la capacidad casi instantánea de teñir de color las imágenes en la mente… y más sofocantes para los condenados a vivir entre paisajes bicolor, cargados de una polución permanente.

Cada mañana una luz se colaba entre los pliegues de la cortina, por las fibras de sus ojos. Era el sol o un simple reflector que se encargaba de atormentarle los sueños, allí donde los colores alguna vez se auto inventaron. Vehemencia. Los días eran oscuros para él y su cabeza, se sentía tan ajeno al mundo; arreglaba sus enredos frente al espejo preguntándose el color de sus ojos, y cuando la manecilla señalaba las 7:30 salía a la calle, a encontrarse con el otro trozo de humanidad.

Siempre fue una persona callada, distraída. Auto estigmatizándose por su problema, creció alejado del mundo, de los juegos, de los recuerdos de “buenos tiempos”, de los “salir, beber, el rollo de siempre”, de las fiestas impúber, de las cosas que haría un ser humano normal para sentir la felicidad a corto plazo, de los amigos, del amor… de cualquier indicio que dejara una mancha de color en su vida, o al menos una variación de serotonina en sus venas. Fue protagonista de los mundos paralelos que imaginaba para escaparse de su vida por un rato… y esos “ratos” eran los que ocupaban gran parte de sus días.

Un día como todos los demás, un alguien impulsivo rompió la rutina y se apoderó de su cuerpo, estaba dispuesto a fabricar la sinestesia, y a imaginar los colores después de tantos años de oscuridad. Se dispuso a salir, y se encontró entré el bolsillo de su pantalón una especie de crayolas, ausentes en los recuerdos de su memoria pero presentes esa mañana. Ese día cambio la taza de café cargado por dos crayolas y al resto las guardó en su chaqueta, se sentía estúpido pero no lo suficiente como para aislar la esperanza de su cabeza...

Comentarios

Entradas populares