Dolor de estómago.
Después de casi dos años, se vuelve normal sentirse ajeno en
las palabras, en los recuerdos y en las marcas en la piel.
Tengo un par bordeándome la sonrisa, pero me cuesta
encontrarnos en medio de ellas. Hurgo como una especialista cuidadosa, pero se
me dificulta traer a la superficie
-este tiempo-, ese cúmulo de felicidades pasajeras.
Son pasajeras, porque si la felicidad fuera eterna, dejaría
de sorprendernos estar riendo a carcajadas de la nada.
Pero no es bueno
desviarse ni irse por las ramas…
Me duele no encontrarte en mis propias arrugas, no calcular
cuántas historias están ahí metidas, habitándome a diario. Hablo de encontrar,
porque a uno lo define lo que vive desde que abre los ojos, hasta que los vuelve
a cerrar.
Estamos hechos de amores, tejidos de la fibra de lo que pasa
y lo que dejamos pasar. Llenos de canciones que se repiten automáticamente en
la cabeza y de lugares que a duras penas nos imaginamos como huelen.
Soy dueña de una memoria torpe, a ratos selectiva y
odiosamente traicionera.
Es mi enemigo y tu rival silencioso, con el que ando de
pelea constante sin notar la delantera que lleva a su favor, los ataques o las amenazas.
Recuerdo lo bueno, lo simple y todo aquello que me ha puesto
la barriga a temblar; y por mi historia
puedo decir que es ahí donde nacen
el miedo y del amor. A veces por más extraño
que suene, pienso que las personas que sufren de problemas de la panza, sienten
la vida de más.
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