Mi cielo.

Después de tantas desapariciones escritas a ella no le hace mal confesar que hace 456 días (912 noches y mañanas reunidas) siente un cielo en la barriga. Se siente infinita, a pesar de los calambres faciales y la ausencia de inmortalidad, que en ocasiones la aterra. Siente como si una estampida de nubes la recorriera entera cada vez que se acerca la hora, esa hora que es tan de ella como de nadie.
La hora de la tregua, esa en la que se roba y se da, se aniquila y se crea, como en los juegos cuando mueres y al instante estás buscando morir de nuevo. En un principio la tregua basa sus pre requisitos en un intercambio de aire, Luliberina y nube estomacal. 

Lo demás se ve acompañado de minutos a su lado, respiraciones al unísono, unas cuantas dentro de una metódica des coordinación; palabras entre espaciadas de besos, miradas esquivas y enredadas. Todo ello sin contar  los titubeos sin sentido, la manera como las sonrisas aplastan los ojos y el tono peculiar de su voz que tanto la hace temblar. Han pasado tantas horas y la cantidad no altera el resultado.
Es y espero que sea por más tiempo la hora de contemplar lo descomunal que se torna sentir.
Él la hace sentir infinita a tiempo y a deshoras; hoy son las 8:41 del día 456.