Explosivo.
Y el disco daba y daba vueltas. Emociones Estéreo.
Mi cabeza, vagaba y se fijaba en las grietas del techo.
En medio de tanta imperturbabilidad, el delirio estaba a punto de empezar la tercera guerra mundial en medio de mí; la segunda tuvo motivos, pero esta, sólo se asemeja a una llaga y a un dedito molesto que la urga con desdén. No es necesario ser un veterano de guerra para darse por enterado que caminar/soñar/dormir/ amar es una cosa que se agrieta cuando se vive con el presente estático maldiciendo atemporalidades.
Humo, venas y dolor de cabeza, lo otro viene por añadidura.
“Soy un monstruo y no puedo hacer nada para exorcizarme; tal vez un poco de fuego, pero las cenizas a ratos saben caminar”
Soy pirómana y creo que le temo a arder, aunque nadie dijo que uno haría todo lo posible por alejarse de lo que realmente le causa pavor.
La mayoría de los humanos deambula por el mundo con el cerebro dilatado y los ojos cocidos mirándose las entrañas. Son a su propio juicio –inverosímil e incierto - de naturaleza unilateral e imperturbable, de ánimo inquebrantable y de voluntad apoteósica; Sin embargo a veces la vida misma o aquello que muchos llaman destino o fuerza interplanetaria se encarga de derrumbar, corroer y hacer visible la contrariedad de la hipótesis: Ojos a medio remendar y explosión.
Si, digo hipótesis porque hasta yo misma caí en la trampa de sentir que tenía clara cada una de mis reacciones, respiraciones y gesticulaciones, cada antes y cada después; como si una especie de poder premonitorio me hiciese omnipotente y omnipresente ante todo tipo de pasadizo mental.
Andaba por ahí tan ensimismada en medio del hueco que tengo como temporal, de vez en cuando asomando la conciencia y dando uno que otro suspiro. Era atemporal .Me hacía la fuerte al ver como el tiempo me devoraba los huesos intempestivamente, como el sentido de las cosas se desvanecía de a pocos, y me encontraba de frente a ese espejo, a esa extraña impulsiva y vehemente cada vez más cerca del abismo de una insensibilidad auto programada.
La veía –me veía- cada vez más atormentada, parecía que ese monstruo que pasaba las noches en vela dentro de ella se le estuviera comiendo la calma, como si todas sus emociones se hubiesen entrelazado de la manera más silenciosa e inofensiva dando paso al corto circuito o a un apagón histórico. En consecuencia yo no me movía mucho, al fin y al cabo era joven o al menos eso sentía de ojos para fuera.
Era un papel tapiz que se desgastaba a la velocidad de los días con un efecto casi desgarrador de decoloración. Vivía en una montaña rusa, con el cerebro intoxicado y el ánimo amorfo.
Me sentía un poco rota a ratos pero afortunadamente siempre supe como remendarme, empecé por los ojos y casi que me acabo un día a puntadas el pecho. Todo se resumía a subidas y bajadas, a una dualidad humana que se mezclaba pero nunca lograba encontrarse ni equilibrarse. Nadie es lo suficiente equilibrado o al menos no si de sentir se trata.
Tengo la vida bifurcada, y no sé en qué momento me dieron ganas de arder.
De quemarme y hurgar entre las ampollas, levantarme la piel sin ninguna muestra de piedad o sutileza para ver qué es lo que realmente tengo por dentro. Desempolvarme y naufragar por el aire, pasar por intrusa en los ojos ciegos, esos invidentes que de ciegos no tienen nada, sólo un segundo párpado auto adherido encima del corazón que a veces se le da por subirse a la cabeza, de esos como yo, que vociferan con la voz en off o rasgan páginas enteras con gritos inaudibles.
Arder, quedar hecha trizas; cenizas y el ciclo vuelve a comenzar, como esos círculos viciosos que nunca paran o se retuercen.
“Nunca creí que una implosión pudiera hacer tanto daño y generar tanto beneficio. creo que subestimé la capacidad auto destructiva del fuego””
Mi cabeza, vagaba y se fijaba en las grietas del techo.
En medio de tanta imperturbabilidad, el delirio estaba a punto de empezar la tercera guerra mundial en medio de mí; la segunda tuvo motivos, pero esta, sólo se asemeja a una llaga y a un dedito molesto que la urga con desdén. No es necesario ser un veterano de guerra para darse por enterado que caminar/soñar/dormir/ amar es una cosa que se agrieta cuando se vive con el presente estático maldiciendo atemporalidades.
Humo, venas y dolor de cabeza, lo otro viene por añadidura.
“Soy un monstruo y no puedo hacer nada para exorcizarme; tal vez un poco de fuego, pero las cenizas a ratos saben caminar”
Soy pirómana y creo que le temo a arder, aunque nadie dijo que uno haría todo lo posible por alejarse de lo que realmente le causa pavor.
La mayoría de los humanos deambula por el mundo con el cerebro dilatado y los ojos cocidos mirándose las entrañas. Son a su propio juicio –inverosímil e incierto - de naturaleza unilateral e imperturbable, de ánimo inquebrantable y de voluntad apoteósica; Sin embargo a veces la vida misma o aquello que muchos llaman destino o fuerza interplanetaria se encarga de derrumbar, corroer y hacer visible la contrariedad de la hipótesis: Ojos a medio remendar y explosión.
Si, digo hipótesis porque hasta yo misma caí en la trampa de sentir que tenía clara cada una de mis reacciones, respiraciones y gesticulaciones, cada antes y cada después; como si una especie de poder premonitorio me hiciese omnipotente y omnipresente ante todo tipo de pasadizo mental.
Andaba por ahí tan ensimismada en medio del hueco que tengo como temporal, de vez en cuando asomando la conciencia y dando uno que otro suspiro. Era atemporal .Me hacía la fuerte al ver como el tiempo me devoraba los huesos intempestivamente, como el sentido de las cosas se desvanecía de a pocos, y me encontraba de frente a ese espejo, a esa extraña impulsiva y vehemente cada vez más cerca del abismo de una insensibilidad auto programada.
La veía –me veía- cada vez más atormentada, parecía que ese monstruo que pasaba las noches en vela dentro de ella se le estuviera comiendo la calma, como si todas sus emociones se hubiesen entrelazado de la manera más silenciosa e inofensiva dando paso al corto circuito o a un apagón histórico. En consecuencia yo no me movía mucho, al fin y al cabo era joven o al menos eso sentía de ojos para fuera.
Era un papel tapiz que se desgastaba a la velocidad de los días con un efecto casi desgarrador de decoloración. Vivía en una montaña rusa, con el cerebro intoxicado y el ánimo amorfo.
Me sentía un poco rota a ratos pero afortunadamente siempre supe como remendarme, empecé por los ojos y casi que me acabo un día a puntadas el pecho. Todo se resumía a subidas y bajadas, a una dualidad humana que se mezclaba pero nunca lograba encontrarse ni equilibrarse. Nadie es lo suficiente equilibrado o al menos no si de sentir se trata.
Tengo la vida bifurcada, y no sé en qué momento me dieron ganas de arder.
De quemarme y hurgar entre las ampollas, levantarme la piel sin ninguna muestra de piedad o sutileza para ver qué es lo que realmente tengo por dentro. Desempolvarme y naufragar por el aire, pasar por intrusa en los ojos ciegos, esos invidentes que de ciegos no tienen nada, sólo un segundo párpado auto adherido encima del corazón que a veces se le da por subirse a la cabeza, de esos como yo, que vociferan con la voz en off o rasgan páginas enteras con gritos inaudibles.
Arder, quedar hecha trizas; cenizas y el ciclo vuelve a comenzar, como esos círculos viciosos que nunca paran o se retuercen.
“Nunca creí que una implosión pudiera hacer tanto daño y generar tanto beneficio. creo que subestimé la capacidad auto destructiva del fuego””
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